El alperujo es el principal subproducto de la extracción del aceite de oliva. Este residuo presenta un importante desafío ambiental por su elevada carga orgánica y la presencia de compuestos fenólicos, que pueden contaminar suelos y aguas superficiales. Sin embargo, cuando la economía circular entra en juego, el alperujo puede tener una segunda vida como fertilizante, permitiendo convertir un residuo en un nuevo producto de valor.
Compostaje
Con el objetivo de comprender mejor el proceso de compostaje en el que el alperujo se convierte en un fertilizante seguro para el campo, los grupos Biología molecular de los mecanismos de respuesta a estrés y Bioingeniería de Residuos: Ingeniería Verde de la Universidad de Córdoba se han unido para comprobar cómo afecta al proceso de compostaje una variable previamente no estudiada: el tiempo de almacenamiento del alperujo.
Tras la extracción del aceite, el alperujo se almacena en balsas hasta que se lleva a cabo el tratamiento, en este caso el compostaje para obtener abono orgánico. “Estudiamos cómo afectaban dos periodos de almacenaje distintos (3 y 6 meses) a parámetros durante el compostaje posterior como el rendimiento, la emisión de gases de efecto invernadero, la degradación de compuestos fenólicos y la comunidad microbiana” explica Francisco Javier Ruiz, autor principal del trabajo junto a Marina Barbudo.
Tras el estudio de lo que ocurre a escala real, los resultados demostraron que el almacenaje a corto plazo (3 meses) mejora los rendimientos del compost, es decir, se obtiene mayor cantidad de fertilizante. Además, genera menor emisión de gases de efecto invernadero durante el compostaje.
“En ambos periodos se eliminan de forma eficiente los compuestos fenólicos, algo muy importante para el producto final (el fertilizante) debido a que estos compuestos son fitotóxicos y pueden ser dañinos en su aplicación en campo” profundiza José Alhama, otro de los autores. “La razón de la eliminación mayoritariamente radica en la elevada temperatura que alcanza la masa de material compostable, reduciendo la concentración de compuestos fenólicos e higienizando el producto” apostilla la investigadora Mª del Carmen Gutiérrez.
Comunidad microbiana durante el proceso
Otra innovación es el estudio de la comunidad microbiana durante el proceso “es una novedad analizar la comunidad microbiana, identificarla taxonómicamente y ver su capacidad funcional. Ligar este análisis a una temporalidad del almacenamiento es algo que no se había evaluado”, señala la investigadora Mª Ángeles Martín Santos.
El análisis metagenómico reveló diferencias en el bacterioma de la materia prima según su tiempo de almacenamiento, unas variaciones que también se hicieron evidentes durante el compostaje.
“La etapa termófila (segunda fase del compostaje en la que hay un gran aumento de la temperatura) fomentó la selección de bacterias termófilas (aquellas que aguantan altas temperaturas) que consiguieron degradar la materia orgánica”, continúa Marina Barbudo.
En ese sentido, para Carmen Michán, “este conocimiento permite realizar modificaciones. Si sabemos que un microrganismo favorece la degradación de ciertos compuestos, si en un momento dado interesa que el resultado final no tenga, por ejemplo, tantos fenoles puede ayudar añadir ciertos microorganismos”.
Así, se puede optimizar el compostaje. Con este estudio se caracteriza qué pasa en cada momento, permitiendo aprovechar o cambiar condiciones para obtener el máximo rendimiento con menor impacto ambiental.