El puertollanero Francisco Rosell será nombrado Embajador del Vino en FENAVIN

La relación con el vino del adjunto a la presidencia de Unidad Editorial, escritor y conferenciante, viene desde su infancia en La Mancha

La memoria de Francisco Rosell está plagada de recuerdos asociados con el vino, desde las trastadas de la infancia a las primeras juergas de juventud. Esa relación tan estrecha surge en Puertollano, donde nació y creció el que hoy es adjunto a la Presidencia del grupo Unidad Editorial, casa madre de cabeceras nacionales como El Mundo, Expansión o Marca. Rosell, que también es escritor, analista y conferenciante, recibe en esta edición de FENAVIN el reconocimiento como Embajador del Vino.

Pregunta-. Como manchego y ciudadrealeño ¿de qué forma cree que ésta tierra predispone a relacionarse con el vino?

Respuesta -. Si los niños de mi generación aprendimos a leer y a escribir a base de dictados de El Quijote, donde el vino aparece frecuentemente hasta el punto de dotarle de cualidades vivificadoras como para ser ingrediente básico del salvífico Bálsamo de Fierabrás que sana milagrosamente a Nuestro Ingenioso Hidalgo tras ser ‘apaleado’ por el moro encantado, ¿cómo no sentirse concernido por ese caldo de la vid que es la sangre que riega y da vida a La Mancha?

P-. ¿Tiene algún recuerdo personal asociado inseparablemente al mundo del vino?

R-. Machadianamente hablando, si se me permite, diría que mi infancia son recuerdos de un patio de Puertollano entoldado por una enorme parra, pródiga en exuberantes racimos de uva grana, y bajo la cual, al atardecer del buen tiempo, de vuelta del trabajo, mi abuelo Ángel se desquitaba de sudores y fatigas de albañil con un vaso de vino de Valdepeñas acompañado de un trozo de queso en aceite que mi abuela custodiaba como oro en paño. Luego, cuando ya casi me avergonzaba de tener que ir siempre con pantalón corto, más de una vez acarree un cuartillo de vino, cuando no una cuartilla, garrafa en ristre, de un despacho cercano en el que el caldo se atesoraba en grandes tinajas, gigantescas comparadas con aquellas rebosantes de agua de aljibe en que mi abuela nos sumergía a mis primos y a mí cuando teníamos cinco años, a modo de las bañeras que entonces solo conocíamos por los libros donde se relataban la vida de reyes y emperadores. Nunca olvidaré tampoco aquel mediodía estival en el que, en medio de la umbría penumbra de aquel almacén de vino, descubrí aterrado que había perdido el billete de 50 pesetas que me había dado mi madre para pagar la compra. Aún me persigue el recuerdo de la imagen del señor retratado y que, con el tiempo, supe que era un pintor catalán apellidado Rusiñol. Luego, en mis salidas domingueras de bachiller en Zamora, llegarían las excursiones a tomar vinos. Faltaban años y posibles para poder llamar a cada vino por su nombre de marca.

P-. ¿Qué significa para usted el reconocimiento como Embajador del Vino?

R-. Si es difícil ser profeta en tu tierra, honor que está reservado a pocos, esta merced me la tomo no sólo como el alto honor que supone, sino como una obligación y un tributo para con mis paisanos. Siempre desde esa universalidad que personifica don Quijote y que imprime el carácter manchego.

P-. El mundo de la comunicación está viviendo una revolución sin parangón en su historia. Desde su perspectiva privilegiada, ¿cuáles son las claves para el futuro de la profesión?

R-. Demasiado complejo para resumirlo en un par de pinceladas. Pero diría que se trata de, frente a la información a granel, que tanto ha costado superar en dos productos de la importancia del vino o el aceite, mantener cabeceras de marca que sean una garantía de que los ciudadanos cuentan con medios solventes que son la base de la libertad y de la democracia. Afortunadamente, los periódicos del grupo Unidad Editorial (EL MUNDO, EXPANSIÓN y MARCA), del que soy Adjunto al Presidente, han sido capaces de sostener su tradicional liderazgo en papel también en internet. No sin dificultades, claro, en abierta transformación en el que los hábitos de la información han sufrido una sacudida, un big bang –valga la hipérbole, si me lo permite- que ha puesto casi todo patas arriba. Lo primordial, en todo caso, es no perder la esencia del periodismo, aunque se vuelque en odres nuevos.

P-. ¿Qué opinión le merece FENAVIN?

R-. Me parece un gran acierto que cubre una gran necesidad. Pero, sobre todo, quiero subrayar tanto la tenacidad como la ímproba labor de Manuel Juliá y de todo su equipo, así como de las instituciones que le han apoyado en este cometido. Es un gusto comprobar cómo hay sueños y visiones que se hacen realidad de la manera tan extraordinaria de esta gran Feria del Vino que se ha proyectado internacionalmente desde estos pagos manchegos.

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