La revolución (hidrológica) pendiente. José Joaquín Gómez. Presidente CUAS Masa Mancha Occidental II

En las últimas décadas España ha completado una aceptable red de carreteras, autovías y autopistas; potenciado la red ferroviaria y dispone además de un importante número de aeropuertos y puertos marítimos, pero los sucesivos gobiernos no han acometido una adecuación, mejora ni renovación acorde de las actuales infraestructuras hidrológicas.

Estas inversiones se deben realizar con visión nacional, pues las cuencas de los ríos están interconexionadas y no son entes sin relación entre ellas. Deben tener en cuenta además tanto las aguas superficiales como las subterráneas (sin evaporación) pues también están estrechamente ligadas.

Además, la ‘política’ del agua debe mirar más allá y buscar nuevos horizontes. El agua desalinizada es válida para muchos usos; se debe seguir apostando por potenciar e incentivar los nuevos sistemas eficientes de regadíos; controlar las pérdidas de numerosas redes de agua de toda España; mejorar sus sistemas de embalsamiento; concienciar sobre sus usos; investigar sobre nuevos cultivos; etc.

No imaginamos una sociedad actual sin coches, trenes, aviones o barcos, pero menos sin agua, desaparecería en días, por eso, los costes de estas infraestructuras no pueden ser óbice para su desarrollo, y es ya urgente.

En esta época COVID-19 que estamos viviendo el agua cobra, si cabe, más valor. Ha quedado suficientemente demostrada la importancia de contar en nuestro país con producciones de alimentos suficientes y sanos para abastecer a toda la sociedad sin depender totalmente de los envíos de terceros países, que puede retrasarse o directamente no llegar, con las consecuencias que todos prevemos. En nuestra sociedad todo es importante, pero los alimentos son básicos.

La producción agrícola y ganadera está basada en el agua (es el origen) que se transforma en alimentos de todo tipo: frutas y hortalizas; legumbres; fiambre y embutidos; productos lácteos; huevos; vino y aceite; carnes; galletas y pan; alimentos para mascotas… Y no olvidemos que solo a nivel nacional hay censados casi 47 millones de personas, de los que la mayoría se alimentan más de una vez al día. Este cuasi milagro de que la sociedad española esté abastecida de productos agroalimentarios a diario ha calado en la sociedad en los últimos meses, gracias al esfuerzo de agricultores, ganaderos y pescadores; transformadores; transportistas; canales de distribución y tiendas y superficies comerciales. Recordémoslo ahora, el abastecimiento de ellos y sus familias fue la principal preocupación de los españoles, tras el miedo al propio virus.

Además, hay que destacar que dos de los principales motores económicos nacionales son el turismo, muy asociado al consumo de los inmejorables y únicos productos de la Dieta Mediterránea; y la industria agroalimentaria, que lidera las exportaciones.

A nivel mundial, según las proyecciones presentadas por Naciones Unidas, el número de habitantes del planeta pasará de los 7.700 millones actuales a 9.700 en 2050. Es obligación también de los países desarrollados, como España, producir con una visión global, como base de nuestra economía y para contribuir a abastecer en su medida a la población mundial, máxime cuando en numerosos países no cuentan apenas con sistemas agropecuarios productivos por factores como guerras, climatología, hambrunas pertinentes… Y, sobra decirlo, pero el hambre está detrás de un gran número de conflictos bélicos.

Por eso el regadío es fundamental para la sociedad española. Con cultivos totalmente de secano no se podría producir en cantidad suficiente, dependiendo de las exportaciones de otros países para lo más básico: la alimentación diaria. Además, con la desaparición de los regadíos numerosas zonas de España, especialmente del interior, quedarían desérticas y despobladas, pues esta actividad genera riqueza y empleo y mantiene la actividad económica de miles de pequeñas y medianas localidades. El país estaría abocado a una imagen apocalíptica: millones de habitantes hacinados en grandes ciudades y zonas costeras con un interior prácticamente deshabitado.

España ya cuenta con importantes estudios sobre infraestructuras hidrológicas, realizados por grandes expertos, pero es necesario seguir investigando en este asunto. Las nuevas tecnologías han avanzado enormemente y deben ser utilizadas en este ámbito. Las infraestructuras deben tener carácter general, ser complementarias.

Es un grave error caer en lo que desde algunos sectores se ha calificado de ‘la guerra del agua’. Y está comprobado que solo ha servido para enfrentar a unos con otros y no desarrollar una verdadera, ágil y útil política del agua. Repito que la mayoría de las cuencas españolas pasan por varias comunidades autónomas y nacen en una y finalizan en otra, no se las puede ni debe buscar dueño.

En el caso de las aguas subterráneas sucede lo mismo, aunque sean más delimitables al tratarse de ‘grandes depósitos bajo tierra’. España es uno de los países con una mayor cantidad de acuíferos en el mundo, que abastecen aproximadamente a un 14% de la población y a miles de agricultores y ganaderos.

Las aguas subterráneas son parte esencial del ciclo hidrológico almacenadas en las formaciones geológicas porosas denominadas acuíferos, dentro de los cuales se mueve y presenta interrelaciones con las aguas superficiales.

Estas aguas subterráneas, como las de la Masa Mancha Occidental II, también necesitan de nuevas infraestructuras e inversiones, basadas en estudios e informes técnicos rigurosos.

José Joaquín Gómez Alarcón. Presidente Comunidad de Usuarios de Aguas Subterráneas de la Masa Mancha Occidental II. Publicado en Boletín ‘Inter Cuencas’ (FENACORE)

 

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