Cuando el campo diga basta… agricultores-encadenados. El Picotazo, de Álvaro Tapia

Los varios centenares de miles de agricultores y ganaderos que hay en este país, vivimos en el agobio permanente, y no solo por los precios injustos que recibimos por nuestros productos.

Nos imponen sin un libre mercado real, los precios de los insumos que compramos: abonos, carburantes, electricidad, maquinaria, etc. y en lo que vendemos: frutas y hortalizas, vino, aceite, carne o leche. Estas producciones y sus precios están hoy marcadas por los vetos rusos o norteamericanos, por los trapicheos vestidos de legalidad de la Organización Mundial del Comercio y los sobrantes de lácteos o de patata que nos meten a precios dumping nuestros colegas europeos fundamentalmente franceses.

Nos agobia la ingente cantidad de obligaciones reglamentarias que conlleva la Política Agrícola Común PAC con sus complejos papeleos; la inclusión y actualización en los registros agrícolas y ganaderos, cumplimentar los papeles de denominaciones de origen, de agricultura ecológica…los de sanidad y bienestar animal, que quizá estén justificadas, pero desde luego son obligaciones que no paran de crecer, que necesitan tiempo y cuestan dinero y no se compensan de ninguna manera, ni vía precios ni subvenciones. Entre unas cosas y otras, están convirtiendo esta preciosa profesión en algo odioso.

Lejos quedan los tiempos en los que, para tener éxito en la profesión, el agricultor o ganadero se preocupaba solo de las inclemencias del tiempo y de hacer bien las cosas en el campo.

En esta nueva complejidad, tampoco nos habían contado las consecuencias de la globalización mundial del comercio. Hoy si tu gobierno da una subvención a Airbus para construir aviones, los norteamericanos toman represalias y no importan aceitunas o aceite y tus olivos dejan de ser rentables. Si Putin decide mover la frontera de un país del este, la Unión Europea decide imponer sanciones políticas y Rusia contesta con un veto que prohíbe exportar cítricos o peras y los sufridos campesinos españoles se comen con patatas el castigo por lo que no han hecho, de lo que no tienen culpa y además ese hecho nadie, en nuestra sociedad, parece importarle.

Esto es un sin vivir, al que los agricultores y ganaderos muchos ya de cierta edad, nos hemos ido adaptando como podemos, asumiendo constantemente nuevos retos y obligaciones a la vez que conseguimos, contra viento y marea, seguir alimentando al conjunto de los ciudadanos, sin que nuestras circunstancias personales mejoren tras décadas de niveles de renta por debajo del resto de sectores productivos y de los ciudadanos urbanitas.

Criminalización del sector

Además, es cada vez más frecuente una visión despectiva de buena parte de la sociedad urbana sobre nuestro sector. Una mirada que en el mejor de los casos es condescendiente y que mantiene a los agricultores y ganaderos bajo permanente sospecha.

Se ha sembrado en la sociedad una idea dañina sobre el sector agropecuario y no es extraño por eso que los ciudadanos se pregunten ante cualquier agricultor o ganadero ¿abusará en sus campos del jornalero inmigrante? ¿echará muchos pesticidas y nos estarán envenenando? ¿vivirá de subvenciones sin trabajar, mientras yo me parto el lomo? o si no ¿maltratará a sus vacas u ovejas?

Es como si decidiéramos preguntarnos ante cada empleado de banca con el que nos crucemos ¿abrirá cuentas en paraísos fiscales? ¿ayudará a los clientes a defraudar a hacienda? ¿encubrirá las operaciones económicas de la droga o los traficantes de armas?

Como contrapunto se ensalza socialmente la labor que realizan las grandes superficies y supermercados que “han estado a la altura de las circunstancias” en la pandemia, porque cuando la gente ha ido al Carrefour o al Mercadona había cosas en las estanterías para comer.

Como si la carne, los huevos o leche o fruta y verdura se produjeran en los almacenes de estos grandes tenderos.

Algunos de ellos incluso pasan por genios, mientras aumentan sus márgenes de beneficios cada año apretándonos las tuercas un poco más a productores y consumidores, bajándonos los precios de lo que nos compran, mientras se los suben a los consumidores con falsas excusas.

Todo esto ocurre ante la inacción de los políticos entretenidos en descalificarse entre ellos sin aportar soluciones y que están por no hacer nada real sobre este asunto.

Se legisla tarde mal y nunca o se hace con “leyes pantomima” que no se cumplen. A ello se suman unas administraciones cómodas, sin ganas ni capacidad real de inspección y control de forma disuasoria, sobre precios y fraudes. En todo caso autocomplacientes con ellas mismas y/o al servicio de los poderosos.

Claro que los jóvenes, en su mayoría, no quieren incorporarse a esta actividad agrícola ganadera o forestal, es más que lógico que sea así, visto lo que hay.

Por eso, no queda mucho tiempo de que esto siga siendo lo que es. O el campo se subleva y dice basta, -algunos indicios hubo de esto antes de la pandemia-, o esta situación se acabará, cuando por razones de edad desaparezca una generación de hombres y mujeres mayores que desconocen la cultura del ocio y acostumbrados sólo a trabajar y producir.

Esta generación de agricultores y ganaderos han delegado la mayor parte de sus inquietudes y sus papeleos en unas Organizaciones Profesionales Agrarias OPAS o sindicatos que, salvo honrosas excepciones no son sino meras gestorías. Viven de lo que cobran por arreglar papeles y de las subvenciones públicas en forma de millones de euros de los gobiernos central y autonómicos que sirven para que las organizaciones estén calladitas y aplaudiendo a los ministros y consejeros en los actos públicos. Se revindica algo, de cara a la galería, vez en cuando para cubrir expediente y chin pun. Es lo que hay.

Nadie cree que volveremos a tiempos de falta de alimentos, pero mientras los pueblos se vacían y se abandona el campo, no se apuesta por un nuevo sector industrial y cuando cae el turismo, -ahora por la pandemia, pero puede hacerlo por otras muchas causas-, en las ciudades crecen las colas del hambre, no por falta de comida si no por falta de recursos económicos para comprarla.

Al ritmo que vamos, tratando así a los productores, y con nuestros políticos inmersos en su propia y permanente descalificación, en la disputa de la fábula de Tomas Iriarte de “si son galgos o podencos”, veremos cuantos ciudadanos se pueden permitir en un futuro próximo comer alimentos variados, de calidad y a precios razonables.

Me temo que cuando el campo diga basta, o esta generación de agricultores y ganaderos se jubile ¡Nos vamos a enterar!

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